miércoles, 5 de septiembre de 2012

Manuel González Otero pescó 1.018 salmones en 60 años


Manuel González Otero, con un salmón, en Cangas



Los ribereños forman parte de una especie humana especial. Viven al borde del río y más que hombres del río son hombres río. No conocen ni dominan todos los ríos, ni falta les hace. Ni siquiera el suyo lo conocen y dominan en su totalidad. Pero la parte del río que dominan, nadie la conoce como ellos. Todos los días descubren, como Heráclito, que las aguas son diferentes y son las mismas, y ni las briznas de hierba de las orillas, ni el movimiento del aire, ni el color del bosque próximo escapan a su vigilante mirada. Ellos saben todos los secretos del río y el río, a su vez, los reconoce y respeta. Porque el río sabe que no son depredadores. Nada más diferente del dominguero depredador o del pescador fantoche que el ribereño.

El río Sella tiene sus ribereños y a uno en representación de los demás homenajea la Asociación de Ribereños del Sella, que preside desde hace años Manuel Moro con la eficacia y la autoridad de un general en jefe, y la Asociación de Pescadores «El Esmerillón» cada primer domingo de septiembre, a la sombra del venerable «puente romano» (que en realidad es medieval). En las alturas del puente antiguo, desde los muretes del puente paralelo de la carretera que entra en Cangas de Onís, en el magnífico prado sobre las aguas que es la terraza del bar llamado precisamente El Puente Romano, en el que Lanza y sus ayudantes sirven comidas y bebidas con profesionalidad y sin desmayo, se congrega un público atento, unos (tal vez los menos), entendidos en los movimientos del río y en los lances de la pesca y, otros, simplemente curiosos. Es un día de fiesta para todos y este años ayudó la meteorología: hubo un magnífico día de campo y de río en el centro de la primera ciudad de España. Todas las aldeas, poblaciones y concejos de la larga cuenca del río Sella parecían congregarse allí. Como afirmó el pregonero Francisco José Rozada, cronista del vecino concejo de Parres: «Oseja de Sajambre, Ponga, Amieva, Cangas de Onís, Parres y Ribadesella, concejos ribereños del padre Sella, son hoy los principales invitados para rendir homenaje, agasajo y testimonio a tantos cuantos guardan alguna relación con la pesca fluvial y sus mundos».

Este año, el homenaje a uno en representación de todos se le hizo a Manuel González Otero, de Villanueva, en reconocimiento a sus sesenta años a la orilla del río Sella. Siempre vivió escuchando el rumor de sus aguas o de su afluente el río Piloña, ya que trabajó en la empresa lechera Rilsa, de Sevares, antes de que fuera la Nestlé. Aunque empezó como pescador de truchas a una edad relativamente tardía: a los 33 años. Pero pronto dirigió sus anzuelos al salmón, ese gran pescado graso y ultramarino que, según la leyenda, los monjes de Villanueva daban para comer a sus trabajadores todos los días.

En casi sesenta años (se cumplirán el año que viene) Manuel González Otero pescó 1.018 salmones (llevaba la cuenta en una libreta que quemó un día que alguien que quiso comprarle un salmón le puso de mal humor: el salmón que pesca el ribereño es para comer con la familia o regalar a los amigos, no para vender). Y tiene varias marcas personales: el día que más pescó picaron ocho; su salmón más grande pesó 13,750 kilos; su mejor año fue 1965, en que pescó 65 salmones. La zona del Sella que mejor domina y conoce es la que va desde el recodo de Villanueva hasta más allá del puente de Cangas de Onís. Del Sella salió poco, sólo para pescar en el Piloña, que es el otro río como si fuera de su casa. Más no se alejó salvo una vez que pescó en el Narcea. Manuel González Otero, a sus 90 años y con 1.018 salmones en su haber, es hombre de buen apetito y buena memoria: sus palabras reviven un río de historias a orillas del río Sella.

 

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