sábado, 25 de febrero de 2012

Emboscada a la escuadra de Bustamante



«A las siete y tres cuartos, puso nuestro general la señal de hacer zafarrancho». Así comenzó la batalla que dejó 300 bajas y hundió la fragata La Mercedes, cuyo tesoro vuelve ahora a España cerrando la misión de custodia que los marineros españoles, a solo una jornada de navegación de Cádiz, no pudieron concluir en el siglo XIX.

Acabó con sus esperanzas la batalla naval del 5 de octubre de 1804, frente al cabo de Santa María, en la que cuatro barcos ingleses atacaron de forma inesperada a una escuadra formada por La Medea, La Clara, La Fama y La Mercedes, fragatas al mando de José de Bustamante, cuya orden era recoger y custodiar caudales procedentes de El Callao y Montevideo, un valioso cargamento venido de América.

«Era una comisión que venía formándose desde hacía dos años y los servicios de inteligencia británicos lo sabían. Llevaban dos meses esperándolos», explica el coronel Miguel Aragón, responsable de Patrimonio Subacuático de la Armada.

No había guerra declarada, pero «la situación era tensa, pues Inglaterra sospechaba que la neutralidad de España con Napoleón era pactada a cambio de un impuesto mensual, y había obligado a España a definirse», prosigue el coronel.

Cansados por la travesía, en la que unos cuarenta tripulantes padecieron altas fiebres, a unas cien millas de Cádiz avistaron la escuadra inglesa, alistada para el combate. Un emisario inglés conminó a Bustamante a que se rindiese y los acompañase a las costas británicas. Pero se negó.

«No había vuelto el emisario inglés a su buque cuando empezó el fuego», ilustra el coronel, que reconoce que la Armada inglesa estaba mejor preparada que la española. La primera, lista y adiestrada para atacar; la segunda, formada para proteger el comercio. Lo constata el relato del propio Bustamante, que lamenta cómo sucumbe la moral cuando La Mercedes vuela por los aires poco después de comenzar la batalla, posiblemente por un incendio en la santabárbara del buque. Con el resto de sus fuerzas diezmadas, «no es extraño, excelentísimo señor, que me viese en la dura necesidad de arriar la bandera, siendo como las diez y media», escribió entonces el jefe de la escuadra española.

Las tres fragatas restantes fueron conducidas a la costa británica, y poco después, España entraba en guerra.

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