sábado, 3 de septiembre de 2011

La farsa de la trazabilidad


No sé quién fue el autor de la idea, pero la trazabilidad de la pesca intentó dar un paso adelante para tener controlado todo aquello que se capturaba en la mar. Fundamentalmente los defensores de la trazabilidad sólo veían ventajas para el consumidor al tiempo que se tendían puentes en el probable beneficio de los productores, los pescadores, las empresas pesqueras.

Esa trazabilidad fue, sin embargo, un hecho virtual por cuanto la vigilancia y los controles en los mercados expendedores del producto no son, a estas alturas de la historia, más que una anécdota. Porque, sinceramente: ¿quién somete a control lo que venden la pescadería de la esquina, lo que nos ofrecen los mercados municipales, los hipermercados? ¿Quién garantiza la veracidad de unos cartelitos minúsculos que, en la mayoría de los casos, sólo disponen de datos relativos al precio del producto en venta? ¿Dónde está, pues, la trazabilidad de ese pescado que adquirimos? Y ya no digamos lo que comemos en cualquier restaurante...

Cuando uno pregunta en el mercado si la merluza que se oferta es del pincho, siempre se confirma tal hecho y se corrobora con el consabido "¿No ves qué tiesa está?". Y la merluza acaba de salir del frigorífico sin más datos que aquellos que figuran en el cartelito clavado en el hielo sobre el que se depositan los peces capturados, tal vez, en aguas de Gran Sol o de Namibia.

La trazabilidad es un vano intento de control de los mercados porque estos siempre son controlados por los mismos que, en su mesa, tienen el mejor producto. Y lo mismo podemos decir del rape, que casi siempre es de la costa, del litoral; como lo es la gamba, la caballa, el pulpo...

Fue un buen invento del que se aprovecharon aquellos que ya vendían productos muchas veces procedentes de la pesca ilegal y que, descargados en cualquier puerto europeo, llegaban y llegan a los mercados comunitarios con unas extraordinarias garantías de legalidad sanitaria y ecológica. El invento de la trazabilidad ya no engaña a nadie porque resulta irrealizable si tras el producto no hay un control exhaustivo por parte de las autoridades pesqueras y, al mismo tiempo, de las sanitarias.

Los pescadores saben lo que capturan; pero no a qué mercados va a parar aquello que han izado a bordo en un lance de más o menos fortuna: el faneco está ahí, pero nadie sabe de dónde procede realmente. Según la expendedora, viene de la costa; pero no indica de qué costa, como si esta fuese exclusivamente la de Galicia.

El seguimiento que se hace del producto hasta el momento de la venta es inexistente. Y la venta en negro -es decir, fuera de todo control- pervive y mejora sus canales de venta fraudulenta porque siempre hay quien mira para otro lado o, simplemente, no mira.

A pesar de ello, la referencia a que tal o cual pescado o marisco procede de Galicia sigue siendo un reclamo válido.

Más lo sería si, con la trazabilidad, existiera la fiabilidad.

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